jueves, 12 de marzo de 2009

La presencia de Dios


Dichoso quien se encuentre siempre en la presencia de Dios.

Pues hay a veces que vivimos como si Dios no existiera, incluso aunque creemos en El. A veces, no tenemos en cuenta que Dios mira todos nuestros pensamientos, intenciones e inclinaciones. Y sobre todo que mira en lo escondido.

A Dios es imposible engañarlo, El lo ve todo, aunque no sintamos su presencia. Y sobre todo ve "en lo escondido", es decir, en todo aquello que escapa a la vista de los demás. En lo escondido de tu corazón, en lo escondido de tu casa, ve todo lo que haces y dejas de hacer, y sus ángeles no dejan de subir y bajar del cielo a la tierra para enseñarle y escribir en el libro de tu vida todo.

Sí, ahora Dios calla y nosotros hablamos. Pero llegará el momento en que Dios hable, y nosotros callemos. Esto es, en nuestro juicio.


Hoy día, la gente no piensa en el juicio, ni en la muerte. Y esque no saben, que después de la muerte, es entonces cuando se comienza la vida. Se quiere vivir el "carpe diem", sin importarnos que pasará después. Pero esque nadie podrá escapar de ese "después", y no olvidemos que el apóstol nos dice, que hasta las pequeñas palabras tendrán su peso en el juicio.

No nos engañemos, es así. Te dirás: ¿qué?! ¿hasta mis palabras tendré que medir?

Si hasta tus palabras, tus miradas, todo,...porque el Señor nos dice: ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? 18 Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. 19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.(mateo 15:11-20)

El problema es la falta de conocimiento de Dios, la falta de amor a Dios. ¡Si conociéramos el don de Dios! Mira que nosotros somos NADA, y nos creemos todo. En cambio, como dijo el Señor en el huerto de los olivos: YO SOY, y nosotros no somos. Y ante estas palabras los soldados calleron de rodillas.

Y acabo con el discurso sacerdotal del Señor, su oración al Padre, rogando por los sacerdotes, por los pastores de su pueblo, por aquellos que siguen su Palabra, que siguen al sucesor de Pedro.

"Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos;10y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío; y he sido glorificado en ellos.11Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como nosotros.12Cuando estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera.13Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos.14Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.15No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno.16Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.17Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad.18Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo.19Y por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad.20Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,21para que todos sean uno(...)"(Jn, 17)

Contemplar el Evangelio de hoy

Texto del Evangelio (Lc 16,19-31):

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’. »Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».


Comentario: Rev. D. Xavier Sobrevía i Vidal (Sant Boi de Llobregat-Barcelona, España) «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite»


Hoy, el Evangelio es una parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado.El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.Podemos pensar, ¿dónde estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.
Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16,26).
San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados.


lunes, 9 de marzo de 2009

Mortificación interior= Mortificación de la voluntad

Mortificación significa ir muriendo. Mueriendo a nosotros mismos. Al igual que Cristo queriendo hacer la Voluntad del Padre, hacía morir su voluntad: "¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42). Nosotros discípulos suyos también debemos seguir el mismo camino.

Morir nuestra voluntad, para que nazca y crezca la Voluntad de Dios en nosotros.

Esto es la mortificación interior del cristiano.

"El reino de los cielos padece fuerza y los que se la hacen lo arrebatan" (Mt. 11, 12.)

Tu entendimiento es luz que guía. Pero tu voluntad es la que toma las decisiones. Y también en ésta cabe la desviación y el desorden. También ha de alcanzar la mortificación a tu voluntad, para poner orden en tu vida.

Ya sabemos como se empieza a cumplir la Voluntad de Dios: cumpliendo los mandamientos. Es imprescindible y necesario, comenzar por aquí, ya que sino todo esfuerzo carece de sentido, y nuestra alma andaría caminando muerta, sin vida en Cristo. "Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Mc 3, 31-35 Sería tan inútil, como querer sacar el polvo de un mueble, sin sacarle antes todas las rocas que tiene encima.


1. Hay una norma segura para tu voluntad: la sujeción a la voluntad de Dios. En principio, aceptamos todos esta norma. Estamos convencidos de que no hay otro camino seguro en nuestra vida espiritual y en nuestra actuación de apostolado. Pero en la práctica... ¡cuántas desviaciones!La vanidad y el amor propio se mezclan hartas veces en nuestras mejores obras. Y la intención se tuerce. Hace falta educar la voluntad para que no se deje guiar por esas intenciones torcidas, que quitan o disminuyen el mérito de nuestras buenas obras. Y esta educación se consigue con la mortificación. Aquí se pueden atribuir tantos fracasos en la vida de apostolado, proyectos que se hicieron con grandes fines y resultaron estériles. Pues más tarde nos damos cuenta, que realmente no buscábamos el bien de los demás, sino que nos buscábamos a nosotros mismos, o en un principio pura era nuestra intención pero terminó manchándose con el amor propio: querer ser más conocido, que conozcan los demás mi gran sabiduría, presencia social,...

Esta es la lucha y la cruz que tenemos que coger: Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»

2. Nuestra voluntad se inclina naturalmente a las cosas fáciles y agradables. Aceptamos las cosas difíciles tan sólo cuando una razón de orden superior nos obliga a ello.El camino de la perfección es difícil. Por eso nuestra voluntad se resiste a seguirlo. Las prácticas de piedad no resultan siempre agradables. Por eso nos dejamos dominar fácilmente por la pereza cuando se trata de practicarlas. El apostolado es costoso. Por eso tardamos en decidirnos a ejercerlo plenamente.Esa pesadez o pereza para el bien es una desviación de la voluntad que es necesario corregir. Y esto ha de ser también fruto de la mortificación de la voluntad.La falta de orden en tu vida piadosa puede fomentar esa pereza. Por eso uno de los medios que habrás de emplear para corregirte, habrá de ser el proponerte un plan completo para tu vida espiritual. El plan de vida bien hecho y la sujeción completa al mismo, cuando está aprobado por el director, puede ser un medio poderoso para vencer esa pereza que tu voluntad arrastra como consecuencia del pecado."Guarda el orden y el orden te guardará a ti", escribe San Agustín. Lo que más fomenta la pereza en todos los órdenes de la vida es la falta de un plan concreto y adecuado. El que tiene obligaciones fijas que no puede eludir, se ve impulsado por ellas a sacudir su apatía y su pereza. Y el que, aun teniendo obligaciones, no las tiene ordenadas y no tiene algo concreto que reclame su atención y su actividad en un momento determinado, se deja influir por la indecisión, que es madre de la pereza.Cuesta sujetarse a un plan de vida, lo sé. Pero no olvides que estamos hablando de mortificación. "El reino de los cielos padece fuerza", dijo Jesús. Y es necesario hacerse violencia para conseguirlo.


Hincapié nuevamente en la oración:

"Si estás tan ocupado que no puedes rezar, resulta que estás más ocupado de lo que conviene" Madre Teresa de Calcuta.

Si le das más a comer a tu cuerpo que a tu alma, resulta que estás más anoréxico de lo que crees. Ya que necesitamos que la sabia de la oración, y sacramentos, entre en nuestra vida, y despierte nuestro ser y amor a Dios, y con El y por El, solo así, daremos frutos en nuestra vida.

Si quieres cambiar algo en ti: ora, si necesitas algo: ora, si no sabes qué hacer: ora. Orar, orar,..."Sin Mí no podéis hacer nada" dice el Señor, todo se consigue con la oración. El Señor da a quien le pide, abre a quien llama, y sale al encuentro de los que le buscan. Pues no ha venido a por los que están sanos, sino a por los que están enfermos. Por lo tanto, si nos consideramos que lo tenemos todo, que somos los mejores en todo, y que no necesitamos de nada ni nadie, por supuesto que no acudiremos al Señor, y aunque así fuera, antes deberíamos de vaciarnos nosotros mismos, para que Dios pueda entrar en nuestro corazón. En cambio el humilde, que se considera miserable y sin nada, Dios lo enaltece revistiendo y enriqueciendo a esa alma de gracias.

Tenemos una gran deuda con Dios: amarLE, como El nos amó.

No nos acomedemos a este mundo, pues no nos quedaremos en él. Comencemos nuestro gran negocio: el de la vida eterna.

Todo para mayor gloria de Dios.

Web:http://www.legiondemaria.org/meditacion_la_mortificacion_interior_v.htm