lunes, 9 de marzo de 2009

Mortificación interior= Mortificación de la voluntad

Mortificación significa ir muriendo. Mueriendo a nosotros mismos. Al igual que Cristo queriendo hacer la Voluntad del Padre, hacía morir su voluntad: "¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42). Nosotros discípulos suyos también debemos seguir el mismo camino.

Morir nuestra voluntad, para que nazca y crezca la Voluntad de Dios en nosotros.

Esto es la mortificación interior del cristiano.

"El reino de los cielos padece fuerza y los que se la hacen lo arrebatan" (Mt. 11, 12.)

Tu entendimiento es luz que guía. Pero tu voluntad es la que toma las decisiones. Y también en ésta cabe la desviación y el desorden. También ha de alcanzar la mortificación a tu voluntad, para poner orden en tu vida.

Ya sabemos como se empieza a cumplir la Voluntad de Dios: cumpliendo los mandamientos. Es imprescindible y necesario, comenzar por aquí, ya que sino todo esfuerzo carece de sentido, y nuestra alma andaría caminando muerta, sin vida en Cristo. "Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Mc 3, 31-35 Sería tan inútil, como querer sacar el polvo de un mueble, sin sacarle antes todas las rocas que tiene encima.


1. Hay una norma segura para tu voluntad: la sujeción a la voluntad de Dios. En principio, aceptamos todos esta norma. Estamos convencidos de que no hay otro camino seguro en nuestra vida espiritual y en nuestra actuación de apostolado. Pero en la práctica... ¡cuántas desviaciones!La vanidad y el amor propio se mezclan hartas veces en nuestras mejores obras. Y la intención se tuerce. Hace falta educar la voluntad para que no se deje guiar por esas intenciones torcidas, que quitan o disminuyen el mérito de nuestras buenas obras. Y esta educación se consigue con la mortificación. Aquí se pueden atribuir tantos fracasos en la vida de apostolado, proyectos que se hicieron con grandes fines y resultaron estériles. Pues más tarde nos damos cuenta, que realmente no buscábamos el bien de los demás, sino que nos buscábamos a nosotros mismos, o en un principio pura era nuestra intención pero terminó manchándose con el amor propio: querer ser más conocido, que conozcan los demás mi gran sabiduría, presencia social,...

Esta es la lucha y la cruz que tenemos que coger: Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»

2. Nuestra voluntad se inclina naturalmente a las cosas fáciles y agradables. Aceptamos las cosas difíciles tan sólo cuando una razón de orden superior nos obliga a ello.El camino de la perfección es difícil. Por eso nuestra voluntad se resiste a seguirlo. Las prácticas de piedad no resultan siempre agradables. Por eso nos dejamos dominar fácilmente por la pereza cuando se trata de practicarlas. El apostolado es costoso. Por eso tardamos en decidirnos a ejercerlo plenamente.Esa pesadez o pereza para el bien es una desviación de la voluntad que es necesario corregir. Y esto ha de ser también fruto de la mortificación de la voluntad.La falta de orden en tu vida piadosa puede fomentar esa pereza. Por eso uno de los medios que habrás de emplear para corregirte, habrá de ser el proponerte un plan completo para tu vida espiritual. El plan de vida bien hecho y la sujeción completa al mismo, cuando está aprobado por el director, puede ser un medio poderoso para vencer esa pereza que tu voluntad arrastra como consecuencia del pecado."Guarda el orden y el orden te guardará a ti", escribe San Agustín. Lo que más fomenta la pereza en todos los órdenes de la vida es la falta de un plan concreto y adecuado. El que tiene obligaciones fijas que no puede eludir, se ve impulsado por ellas a sacudir su apatía y su pereza. Y el que, aun teniendo obligaciones, no las tiene ordenadas y no tiene algo concreto que reclame su atención y su actividad en un momento determinado, se deja influir por la indecisión, que es madre de la pereza.Cuesta sujetarse a un plan de vida, lo sé. Pero no olvides que estamos hablando de mortificación. "El reino de los cielos padece fuerza", dijo Jesús. Y es necesario hacerse violencia para conseguirlo.


Hincapié nuevamente en la oración:

"Si estás tan ocupado que no puedes rezar, resulta que estás más ocupado de lo que conviene" Madre Teresa de Calcuta.

Si le das más a comer a tu cuerpo que a tu alma, resulta que estás más anoréxico de lo que crees. Ya que necesitamos que la sabia de la oración, y sacramentos, entre en nuestra vida, y despierte nuestro ser y amor a Dios, y con El y por El, solo así, daremos frutos en nuestra vida.

Si quieres cambiar algo en ti: ora, si necesitas algo: ora, si no sabes qué hacer: ora. Orar, orar,..."Sin Mí no podéis hacer nada" dice el Señor, todo se consigue con la oración. El Señor da a quien le pide, abre a quien llama, y sale al encuentro de los que le buscan. Pues no ha venido a por los que están sanos, sino a por los que están enfermos. Por lo tanto, si nos consideramos que lo tenemos todo, que somos los mejores en todo, y que no necesitamos de nada ni nadie, por supuesto que no acudiremos al Señor, y aunque así fuera, antes deberíamos de vaciarnos nosotros mismos, para que Dios pueda entrar en nuestro corazón. En cambio el humilde, que se considera miserable y sin nada, Dios lo enaltece revistiendo y enriqueciendo a esa alma de gracias.

Tenemos una gran deuda con Dios: amarLE, como El nos amó.

No nos acomedemos a este mundo, pues no nos quedaremos en él. Comencemos nuestro gran negocio: el de la vida eterna.

Todo para mayor gloria de Dios.

Web:http://www.legiondemaria.org/meditacion_la_mortificacion_interior_v.htm

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