miércoles, 31 de diciembre de 2008

Se acaba el año 2008!


Y acabamos este último día del año, resaltando algunas líneas del discurso del Santo Padre:




No se puede amar a Cristo, sin amar a la iglesia:

Pablo nos enseña también que la Iglesia es Cuerpo de Cristo, que la Cabeza y el Cuerpo son inseparables y que no puede haber amor a Cristo sin amor a su Iglesia y a su comunidad viviente.


  • La Palabra de Dios es eterna:

Hemos comprendido que los escritos bíblicos ciertamente fueron redactados en épocas determinadas y que constituyen en este sentido, ante todo, un libro procedente de un tiempo pasado. Pero hemos visto que su mensaje no permanece en el pasado ni puede ser encerrado en él: Dios, en el fondo, habla siempre al presente, y habremos escuchado la Biblia plenamente sólo cuando hayamos descubierto este "presente" de Dios que nos llama ahora.


  • Esperamos un segundo Pentecostés:

Era importante experimentar que en la Iglesia hay un Pentecostés también hoy; es decir, que ésta habla en muchas lenguas, y esto no sólo en el aspecto exterior de que estén representadas en ella todas las grandes lenguas del mundo, sino aún más en su aspecto más profundo: en ella están presentes las múltiples formas de experiencia de Dios y del mundo, la riqueza de las culturas, y sólo así aparece la amplitud de la existencia humana y, a partir de ella, la amplitud de la Palabra de Dios. Con todo, hemos también comprendido que el Pentecostés está todavía "en camino", está todavía incompleto: existe una multitud de lenguas que aún esperan la Palabra de Dios contenida en la Biblia.

  • Jornada Mundial de la Juventud: el Papa lo afirma, Las juergas místicas son las mejores.

Ha sido una fiesta de la alegría: una alegría que al final ha contagiado incluso a los reacios: al final nadie se ha sentido molestado. Las jornadas se han convertido en una fiesta para todos, es más, sólo entonces se han dado verdaderamente cuenta de qué es una fiesta: un acontecimiento en el que todos están, por así decirlo, fuera de sí mismos, más allá de sí mismos, y así consigo mismos y con los demás. ¿Cuál es, por tanto, la naturaleza de lo que sucede en una Jornada Mundial de la Juventud? ¿Cuáles son las fuerzas que actúan en ella? Análisis en boga tienden a considerar estas jornadas como una variante de la cultura juvenil moderna, como una especie de festival rock modificado en sentido eclesial con el Papa como estrella.


Ante todo es importante tener en cuenta el hecho de que las Jornadas Mundiales de la Juventud no consisten sólo en esa única semana en la que se hacen visibles al mundo. Hay un largo camino exterior e interior que conduce a ella. La Cruz, acompañada por la imagen de la Madre del Señor, hace una peregrinación por los países.

Las Jornadas solemnes son sólo la culminación de un largo camino, con el que se va al encuentro de unos con otros y juntos con Cristo. No es casualidad que en Australia el largo Via Crucis a través de la ciudad se convirtiera en el elemento culminante de esas jornadas. Resumía una vez más todo lo que había sucedido en los años precedentes e indicaba a Aquél que nos reúne a todos: ese Dios que ama hasta la Cruz. El Papa no es la estrella en torno a la cual gira todo. Él es totalmente y solamente vicario. Remite al Otro que está en medio de nosotros. Finalmente la liturgia solemne es el centro de todo, porque en ella sucede lo que nosotros no podemos realizar y de lo que, con todo, estamos siempre a la espera. Él está presente, Él entra en medio de nosotros. SE HA ABIERTO EL CIELO Y ESTO HACE LUMINOSA LA TIERRA. ESTO ES LO QUE HACE ALEGRE Y ABIERTA LA VIDA Y LO QUE NOS UNE CON UNA ALEGRÍA QUE NO ES COMPARABLE CON UN FESTIVAL ROCK.


  • Frutos del Espíritu Santo: la alegría, cuatro dimensiones:

1. Ante todo está la afirmación que nos presenta el inicio de la narración de la creación: en ella se habla del Espíritu creador que aletea por encima de las aguas, crea el mundo y lo renueva continuamente.

2. Permitidme una breve mención ulterior sobre las demás dimensiones de la pneumatología. Si el Espíritu creador se manifiesta ante todo en la grandeza silenciosa del universo, en su estructura inteligente, la fe, además de esto, nos dice algo inesperado: es decir, este Espíritu habla también, por así decir, con palabras humanas, ha entrado en la historia y, como fuerza que plasma la historia, es también un Espíritu que habla, es más, es Palabra que en los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento nos sale al encuentro.

Lo que esto significa para nosotros lo ha expresado maravillosamente san Ambrosio, en una de sus cartas: "También ahora, mientras leo las divinas Escrituras, Dios pasea en el Paraíso" (Epístola 49, 3).

3. De este modo, hemos llegado a la tercera dimensión de la pneumatología, que consiste precisamente en el hecho de que Cristo y el Espíritu Santo no pueden separarse.

4. De este modo, como cuarta dimensión, emerge espontáneamente la relación entre el Espíritu y la Iglesia. Pablo, en la Primera Carta a los Corintios 12 y en Romanos 12, presentó la Iglesia como Cuerpo de Cristo y como organismo del Espíritu Santo, en el que los dones del Espíritu Santo funden a los individuos en una unidad viviente.

"¿Quieres tú también vivir del Espíritu de Cristo? Entonces debes estar en el Cuerpo de Cristo", dice Agustín en este sentido (Tr. in Jo. 26, 13).
  • En las juergas místicas encontramos la alegría que es la expresión de estar en armonía con uno mismo y con Dios.
La fiesta es parte integrante de la alegría. La fiesta se puede organizar, LA ALEGRÍA NO. Sólo puede ofrecerse como don; y, de hecho, se nos ha dado en abundancia: por eso nos sentimos agradecidos. Así como Pablo califica la alegría fruto del Espíritu Santo del mismo modo también Juan, en su Evangelio, ha unido íntimamente el Espíritu y la alegría. El Espíritu nos da la alegría. Y es la alegría. La alegría es el don en el que todos los demás dones están resumidos. Es la expresión de la felicidad, del estar en armonía consigo mismos, algo que sólo puede derivarse de estar en armonía con Dios y con su creación. Forma parte de la naturaleza de la alegría el irradiarse, tener que comunicarse. El espíritu misionero de la Iglesia no es más que el impulso por comunicar la alegría que se nos ha dado. Que siempre esté viva en nosotros y, después, que se irradie en el mundo en sus tribulaciones: este es mi auspicio para finales de este año. Junto con un sentido agradecimiento por todas vuestras fatigas y obras, os deseo a todos que esta alegría, que se deriva de Dios, se nos dé abundantemente también en el Año Nuevo.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen María, Mater divinae gratiae, pidiéndola poder vivir las festividades navideñas en la alegría y en la paz del Señor. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana la bendición apostólica.


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